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miércoles, 27 de febrero de 2013

LA IGLESIA CATOLICA O CAMBIA O MUERE


Marxistas y liberales creyeron equivocadamente que el progreso científico, el avance institucional y las transformaciones culturales harían superfluos los fenómenos del nacionalismo y la religión. La cruenta historia del siglo XX nos mostró que esto no fue así. Casi siempre la contribución del fanatismo religioso y de las locuras nacionalistas ha sido desastrosa para el desarrollo histórico. Esta evolución no ha significado, por otra parte, una renovación del pensamiento teológico, una concepción más adecuada y más rica de Dios y de Su obra o creaciones excelsas de arte y música religiosas, sino simplemente una exacerbación de lo más deplorable que está asociado a la religión: el dogmatismo, la ignorancia, el oscurantismo, la intolerancia, el miedo.

No hay duda de que actualmente tiene lugar un cierto renacimiento de prácticas y sentimientos religiosos, sobre todo en el ámbito islámico y en los sectores adictos a cultos protestantes fundamentalistas en los Estados Unidos y pentecostalistas en América Latina. Pero todo aquello ocurre simultáneamente a la poderosa expansión de la cultura globalizada de cuño consumista y materialista, que a menudo se entremezcla con las confesiones religiosas, dando como resultado una amalgama que no es favorable ni a la genuina fe religiosa, ni a la creación de una nueva teología, y ni siquiera a la producción estética.

La Iglesia Católica tiene hoy en día que fijar posiciones, vinculantes para los feligreses, en una serie de niveles cada día más complejos. En el plano moral se hallan, por ejemplo, el aborto, las relaciones sexuales pre- y extramatrimoniales, la asesoría a separados y divorciados, la eutanasia de enfermos terminales, el comportamiento correcto frente al consumismo masivo, la objeción de conciencia frente al servicio militar obligatorio o ante órdenes que emanan de la autoridad constituida, el comportamiento respecto a la corrupción masiva y muchos otros fenómenos similares. En el nivel institucional la Iglesia Católica se enfrenta a desafíos de enorme envergadura: la fuerte declinación de vocaciones religiosas, la escandalosa discriminación del género femenino, el mantenimiento o la abolición del celibato, la autonomía de los obispos frente al centralismo romano, las funciones de las instituciones laicas católicas, la preservación o la mitigación del principio de la infalibilidad papal, la mala administración de las finanzas vaticanas, la poca transparencia en el funcionamiento de la Alta Curia. Frente a estos asuntos, el resultado global de Benedicto XVI ha sido la perplejidad y el inmovilismo pese al notable despliegue de habilidades intelectuales

La elevación del cardenal Joseph Ratzinger al solio pontificio en 2005 no modificó notablemente esta constelación. A pesar de la asistencia del Espíritu Santo, la elección no fue la más feliz. Lo más grave residió precisamente en la celeridad y en la relativa unanimidad de la elección, lo que significó, en realidad, que en el cónclave no se destacaron grandes personalidades renovadoras y que casi todos los cardenales sucumbieron rápidamente a la fría y brillante estrategia política desplegada con tiempo y paciencia por el sector más convencional de la Alta Curia. En su país de origen la alegría por la ascensión de Benedicto XVI fue muy parca. Muchos católicos cultos recordaban su desdichada polémica con el cardenal Lehmann, arzobispo de Maguncia y Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, su controversia con el brillante teólogo suizo Hans Küng ─ quien perdió su cátedra a causa de ello ─ y sus conflictos con las instituciones laicas católicas. La reputación intelectual de Ratzinger fue creada por su participación, mediante propuestas progresistas, durante el Segundo Concilio Vaticano, de lo cual Benedicto XVI no quiso acordarse posteriormente.

Y este es el núcleo del asunto: frente a los problemas éticos e institucionales señalados más arriba, ni el pontífice ni la Alta Curia presentaron ideas o alternativas convincentes. El consolidar posiciones anteriores de la Iglesia ha sido un signo de apego a la ortodoxia, muy honorable, es cierto, pero inútil y hasta contraproductivo en el mundo del presente. En las declaraciones de Benedicto XVI y de la alta jerarquía católica se buscarían en vano caminos innovadores para los dilemas morales de los feligreses o soluciones originales para las cuestiones institucionales de la propia Iglesia Católica. A causa y en favor de su propia supervivencia, la Iglesia debería pensar seriamente en su renovación.

Nada de lo que escuches, sin importar quien lo diga. Nada de lo que leas, sin importar dónde esté escrito. Nada debes aceptar, sin previo discernirlo. Y por ti mismo, deberás decidir su validez o no. Lee, Informate e ¡Investiga! Cometa Azul Te saluda

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