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domingo, 11 de julio de 2010

Como era Realmente Jesus de Nazaret… Un problema teológico




Un ejemplo sencillo, a modo de símil, listará nuestro siguiente argumento. Imaginemos a un padre de familia (Dios) con nueve hijos (la Humanidad). Supongamos también que toda la familia necesita un traje nuevo (cuerpo físico) para asistir a una importantísima fiesta de celebración (nacimiento del planeta Tierra). En esta situación, el padre de familia, sólo dispone de dinero suficiente para comprar un traje nuevo para él y para cinco de sus nueve hijos. Así pues, llegado el día de la celebración, ¿asistiría el padre a la fiesta llevando un traje nuevo mientras que algunos de sus hijos vistieran trajes viejos?. Si el padre humano, con su limitadísima capacidad de sentir amor y aplicar justicia, presumiblemente fuera incapaz de asistir a la fiesta con traje nuevo mientras que algunos de sus hijos vistiera un traje viejo, el Padre Eterno, Dios, o sea, el Amor en su máxima dimensión y expresión, ¿no es capaz de sentir idéntica justicia como la que aplicaría el padre humano, descendiendo a la Tierra con el traje nuevo (hermoso y radiante) con el que las iglesias cristianas han vestido a Jesús?.

Jesús de Nazaret es una figura demasiado importante como para dejársela en exclusiva a teólogos y a la Iglesia.
¿No resulta paradójico que aquel a quien atacaron las clases dominantes y los poderes eclesiásticos de su época por vivir y relacionarse con los obreros, los pobres y las prostitutas sea hoy interpretado exclusivamente por autoridades religiosas similares a las que él mismo rechazó y condenó en su tiempo?.
De ser interpretado por alguien en concreto, probablemente Jesús de Nazaret concedería el derecho de su propiedad a aquellos que realmente aprendieron y aprenden de él (Mateo 11:29). ¿Acaso la clase dominante y las autoridades cristianas han olvidado que Jesús nació, vivió y murió pobre , pudiendo haber alcanzado un cómodo y elevado estatus social de haber ingresado en el clero judaico?.
¿Han olvidado que trabajó manualmente toda su vida para ganarse el sustento ?, ¿qué objetó pública y consecuentemente de la religión organizada de su tiempo y de todo tipo de violencia y conflicto bélico ?; y, resumidamente, ¿han olvidado que era coherente con su prédica: “amar al prójimo -incluso al enemigo- como a uno mismo”?.

Jesús de Nazaret, con su vida y su mensaje, nos enseña la religión del “tú”, del tratamiento de libertad e igualdad entre los hombres. Nos muestra el “cara a cara” con la eternidad sin necesidad de intermediarios eclesiásticos -ni siquiera de libros sagrados (2 Corintios 3:6, Juan 6:63)- que interfieran en esa comunicación sincera y profunda con nuestro Origen, con Dios. Incluso cuando Jesús expiró en la cruz, los evangelistas -a excepción de Juan- recogieron un símbolo evidente de este maravilloso mensaje: “...el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo” (Marcos 15:37-38) indicando el camino de la comunión directa con la divinidad sin la mediación de templos (ni de rituales, ni de dogmas, ni de ideologías establecidas y enseñadas por otros hombres -Mateo 23:9-10-, sino a través de la religación connatural en el hombre con Dios que antecede a toda religión revelada -entre ellas el cristianismo institucionalizado- puesto que nada puede revelarse sobre algo si el hombre no tiene previamente una idea de ese algo. Jesús nos descubre y nos llama a la verdadera revelación divina inherente -y eternamente manifestada- en todos nosotros.

En otra ocasión, Jesús oró así: “Yo te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has ocultado estas cosas a sabias y entendidos, y se las has revelado a los pequeños” (Lucas 20-21).
Estas palabras debieran haber servido para recordar a las autoridades religiosas, filosóficas, místicas y teológicas, que, en el conocimiento del Espíritu, la sabiduría humana sin más imposibilita comprender los misterios de Dios, los cuales “sólo a los niños le ha sido revelado”. Únicamente a aquellos que han comprendido dolorosamente que sus manifestaciones egoicas (vanidad, celos, envidia, codicia, ira, odio...) les impiden sentir la auténtica realidad de Dios, y se liberen de sus ataduras egoicas, retornarán, plenos de madurez y de trascendencia espiritual, a recuperar la niñez perdida, ya que “si no os volvéis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18:3), en donde sólo existe pureza en el corazón: “bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”.
Despojemos ya de una vez por todas a nuestros ojos de los múltiples velos -internos y externos- que oscurecen el encuentro con Dios.

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