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miércoles, 6 de abril de 2011

LA FALTA DE FE

Se cuenta que un alpinista, deseoso de superar más y más desafíos, resolvió, después de muchos años de preparación, escalar el pico más alto de América del Sur: el Aconcagua.

Y porque quería la gloria solo para sí, decidió hacer la escalada solo, sin ningún compañero.
En el día marcado allá estaba él al pie de la cordillera de los Andes, donde iniciaría la difícil subida.
Lo que el no esperaba era que la neblina le dificultase la marcha, más eso fue inevitable.

Y como el alpinista no se había preparado para acampar, fue subiendo, con la disposición de alcanzar la cima. Fue quedando cada vez más tarde hasta que oscureció completamente.
No se veía absolutamente nada. No había luna ni estrellas, solo la oscuridad como terreno de juego.

Cuando el alpinista estaba a penas a cien metros de la cima, pisó una piedra falsa, escurrió y se cayó… Fue cuando a una velocidad vertiginosa fue cayendo y nada más lo envolvía la oscuridad a su vuelta.
Sentía una terrible sensación de estar siendo arrastrado por la fuerza de la gravedad.

Continuó cayendo hasta que sintió un golpe fuerte que casi lo partió por la mitad…
Con todo el alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con grapas, y amarrado a una cuerda fuerte en la cintura.
En aquellos momentos de silencio, suspendido en el aire, en completa oscuridad, pensó en Dios y resolvió pedirle ayuda.

¡Dios mío ayúdame!
De repente, oyó una voz grave y profunda que parecía hablarle en el interior del alma: ¿Qué quieres de mi, hijo mío?
Sálvame por favor, respondió mentalmente.
Y la voz insistió: ¿Usted cree que yo pueda salvarle?
Yo tengo la certeza, Dios mío. Hablo el alpinista desesperado.
Entonces corte la cuerda que lo mantiene pendiente, recomendó la voz.
El hombre quedo por un momento en silencio y después se agarro a la cuerda con todas sus fuerzas.
Cuenta, el equipo de rescate, que al día siguiente el alpinista fue encontrado muerto, congelado, agarrado con las dos manos a la cuerda que lo mantenía suspendido, a penas a dos metros del suelo.

Lo que ocasionó la falta de fe de aquel alpinista, fue la falta de visión.

Si el sol estuviese iluminando a su alrededor, el percibiría que cortando la cuerda estaría a salvo, más eso no aconteció.

Comparando la claridad del sol con la luz del conocimiento, entenderemos porque nuestra fe es aun vacilante.

Cuando iluminamos la fe con la luz de la razón, ella se torna firme nada ni nadie podrá quitárnosla.
Y si es balizada por el conocimiento se torna capaz de transportar las montañas y remover cualquier obstáculo, porque deja de ser una creencia vaga, para ser una convicción inquebrantable.

Asi, cuando busquemos estudiar y comprender las leyes que rigen la vida, como la inmortalidad del alma, por ejemplo, adquirimos una seguridad tan firme que ni la muerte del cuerpo físico nos abala, por tener la certeza de que apenas salimos del cuerpo, sin salir de la vida

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