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miércoles, 9 de febrero de 2011

MENSAJE PARA REFLEXIONAR

Si el pensar, sentir y querer del hombre es dirigido principalmente hacia sí mismo, si sólo busca las cosas externas y terrenales, si se esfuerza por formar su intelecto para ser algo en el mundo y poder reforzar su ego, aumentar sus posesiones, satisfacer sus deseos y hacer prevalecer sus ideas, va saliendo cada vez más de la armonía omnipresente, Dios, de la Ley absoluta, que es el amor.

En consecuencia caerá cada vez más en la ley de causa y efecto, que a su vez recoge su comportamiento contrario a la ley divina y que se convierte a continuación en golpes del destino. A su debido tiempo, cuando la irradiación planetaria correspondiente irradie en el alma el campo del destino, éste llegará a ser efectivo.

El momento en que la causa se haga efecto, lo determina la irradiación planetaria correspondiente, en la cual entra el hombre al crear cada vez más causas debido a su pensar y vivir erróneos.

- Dios, la armonía omnipresente, es un ritmo eterno siempre existente; es sinfonía y sonido

Toda la existencia pura canta a la gloria de Dios. Es el ritmo universal, el sonido armonioso melódico, la orquesta universal.

Cuando el hombre se aleja del ritmo divino del amor eternamente perfecto, de la armonía omnipresente, aparecen las desarmonías y turbulencias en el alma. El ritmo de su cuerpo y de su alma se vuelve irregular, se entorpece, y su manera de ser se vuelve indisciplinada frente a su prójimo y frente a sí mismo.

El comportamiento indisciplinado se hace notar en todas las situaciones de la vida de un hombre egocéntrico, así también en la forma de comer. Por lo tanto, cómo y de qué se alimenta muestra quién es de verdad: de qué naturaleza es su alma, qué carga lleva, si vive en el ritmo armonioso de Dios o está aprisionada en las disonancias de este mundo.

Cuanto más relacionado esté con el mundo, cuanto más humano se haya vuelto y entregado con sus apetencias y deseos al mundo de los sentidos y gozos terrenales, tanto más impulsivo será.

El impulsivo no respeta nada de lo que hay alrededor suyo y de lo cual se puede apoderar. El ve sólo sus necesidades y quiere poseerlo todo para sí mismo. Los hombres que sólo piensan en sí, que viven sólo para sí mismos, tratan de acaparar todo lo que les rodea.

Quien vive en el egocentrismo, que es egoísmo, ata a su vez a otros hombres, porque quiere que sean sus esclavos, carentes de voluntad. Estos hombres con una voluntad propia muy fuerte, que sólo piensan en sí mismos, convierten también al prójimo animal y a las plantas, en esclavos de su ego: matan y explotan la naturaleza, y destrozan así deliberadamente el mundo natural a su antojo.

El que sólo piensa en sí mismo, no reconoce que al fin y al cabo se ha hecho esclavo de sus deseos y de sus pasiones.

Los deseos y pasiones aumentan en la medida en que el hombre se envuelve una y otra vez con los mismos pensamientos y deseos. En la medida en que los refuerza con otros pensamientos y palabras iguales o parecidos, también se hacen efectivos en él y a través de él, visibles para aquellos que están espiritualmente más elevados.

Los deseos y las pasiones crean también formas nebulosas, igual que cada pensamiento que siempre vuelve va tomando una forma nebulosa.

Los deseos y las pasiones, que son para la mayoría de nosotros formas de pensamientos invisibles y nebulosas, ejercen a su vez influencia en el hombre egocéntrico. Le inspiran y le llevan cada vez más profundamente al mundo del egoísmo, a su propia esclavitud.

Un hombre egoísta, afanoso de poseer, que sólo piensa en satisfacer sus propios deseos y apetencias, es un hombre ególatra, irritado, desequilibrado, que se ha alejado de la Armonía universal, de Dios.

- La Armonía universal es un aspecto del amor desinteresado
Quien está pendiente de su yo, es egoísta, vive en el deseo y en el querer, en el amor propio.

Muchas veces estos hombres ya no pueden distinguir el amor desinteresado del amor propio, hasta que experimentan en su propio cuerpo lo que es el amor a sí mismo y lo que es el amor desinteresado. El destino conoce aquí el camino al reconocimiento para cada uno de estos ciegos.

La Ley, Dios, es la ética y la moral supremas.

Los hombres que aspiran a la vida absoluta, que anhelan la ética y moral supremas, podrán construir sin esfuerzo sobre las reglas básicas de la ética y moral terrenal, la vida en y con el Espíritu.

Los hombres que aspiran a la ética y moral elevadas son hombres naturales, cuya madurez interna se manifiesta en todas las situaciones de la vida, también cuando comen: la forma de comer del hombre y lo que come muestra quién es.

Tanto la ética y la moral internas como externas, que son las reglas básicas para el comportamiento terrenal, son innatas en el hombre espiritual. Los hombres cuya consciencia espiritual se adapta cada vez más a lo divino, viven de acuerdo con el principio del amor. Son hombres armoniosos, equilibrados, con un carácter natural y un efluvio espiritual. Esto es la expresión de una madurez interna.

Los hombres cuya verdadera naturaleza es la espiritualidad como un complemento de su ser, son casi siempre independientes y no son imitadores de la masa. No dependen de su prójimo en sus pensamientos, sensaciones o deseos. No desean tener lo que aquél haya adquirido con esfuerzo, no quieren tener nada parecido. Son libres en su forma de pensar y vivir.

Estos son los hombres a los que se les denomina libre-pensadores espirituales, que reconocen la vida espiritual como lo verdadero. Ellos manifiestan en todos los ámbitos de su vida los principios de la más alta ética y moral. Su pensar y vivir influyen también en sus costumbres en la mesa. Tal como piensan, así se alimentan, eligiendo también de forma correspondiente lo que comen.

Los hombres que buscan la realización de los principios espirituales de la vida, de los más altos ideales y valores, beben de la fuente de la verdad, del amor desinteresado que les llena y libera.

Quien se esfuerza en llevar una vida desinteresada, de modos y actos puros, encontrará poco a poco el camino al Reino de la armonía universal, a Dios, del que Jesús dijo: «Mi Reino no es de este mundo».

A través del esfuerzo por llegar a ser desinteresado, el hombre espiritual alcanzará el Reino del interior, el ritmo divino, universal, que es la sinfonía suprema, sonido, y por lo tanto música.

- La plenitud procedente de Dios, la vida pura universal, es la sinfonía suprema

La armonía universal, que se refleja en el carácter natural y libre de un hombre espiritual que es la imagen de Dios, actúa sobre muchos hombres como soles innumerables. Estos hombres irradian de manera invisible, pero perceptible para todos aquellos que han despertado espiritualmente, la más alta ética y moral, la pureza de los Cielos, del alma iluminada que habita en el hombre, el Reino de Dios en el hombre.

Los hombres del espíritu respetan y honran la vida, y reconocen la esencia de todas las formas vitales como parte de su propia vida. Honran y aman los reinos de la naturaleza y dan gracias a su Creador por todo lo que la tierra y la naturaleza les regalan de su abundancia.

Cada hombre da testimonio de sí mismo. No hace falta que hable. Su manera de ser, su carácter, impregna su exterior. Toda su apariencia dice quién es.

También al tomar sus alimentos muestra el hombre quién es, porque tal como come y lo que come muestra su carácter, su verdadero ser. Cuanto más baja haya caído el alma de un hombre, tanto más oscura es su irradiación y tanto más desarmonizado está el hombre.

http://www.trabajadoresdelaluz.com.ar/index.php?ndx=1993

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