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viernes, 20 de agosto de 2010

De lo Humano a lo Divino

Me parece importante para nuestra evolución y espiritualidad, tomar conciencia que a pesar de nuestra condición de humanos, podemos llegar a convertirnos en divinos, en la medida que a través de las edades del tiempo, nos esforcemos en ser perfectos como lo es nuestro Padre.

Esta, no es una cita metafórica, ni tampoco es una utopía, porque “el hombre puede ser un gusano en el polvo por su naturaleza y origen, pero cuando lo habita el espíritu del Padre, ese hombre se hace divino en su destino.” Por cierto, que esa divinidad no la vamos a conseguir en este mundo, pues nos queda un largo camino que recorrer.

“El Hijo Creador, cuando estaba en Urantia, habló de las “muchas moradas en el universo de su Padre” En cierto sentido, los cincuenta y seis mundos que rodean Jerusem, están dedicados a la cultura transicional de los mortales ascendentes, pero los siete satélites del mundo número uno, se conocen más específicamente, como mundos de estancia.”

Pero el primer paso a esos mundos, lo tenemos que dar Aquí y Ahora, porque “en los mundos de estancia, los sobrevivientes mortales resurgidos, reanudan su vida, exactamente desde donde la interrumpieron cuando los sobrecogió la muerte física.”

Por eso, es tan importante corregir uno de los grandes males de este mundo que es, que el ser humano ha puesto una tremenda brecha entre lo espiritual y lo llamado divino. Ha conminado a Dios, a estar en lugares determinados y ha ser visitado en días y horas precisas, olvidando que Dios está en todas partes, pero especialmente en nuestra alma, ya que desde el día de Pentecostés reside en nosotros el Espíritu de la Verdad.

Este Espíritu nos fue entregado para que a pesar de nuestra naturaleza humana, pudiéramos acercarnos a Dios y poner nuestra mente a su servicio, para tratar de entender la divinidad, usando no sólo nuestra fe, sino también todos los descubrimientos de la ciencia y nos abriéramos a nuevos conceptos y nuevas definiciones, porque de esta forma, estaremos renaciendo, al darnos cuenta que nada de lo humano, es ajeno a lo espiritual, porque “los valores humanos pueden ser transformados en experiencia inmortal, de lo material a lo espiritual, de lo humano a lo divino, del tiempo a la eternidad.”

Aun cuando “la ciencia se ocupa de las actividades de la energía física y la religión se ocupa de los valores eternos” ambos deben marchar unidos pues “la verdadera religión es una manera significativa de vivir en forma dinámica y frente a frente con las realidades comunes de la vida diaria” y de esta forma poder sacar el significado profundo de todo lo que ocurre en el mundo, en el cual no sólo vivimos, sino que también nos pertenece, con todas las responsabilidades que ello conlleva.

“La verdadera filosofía, parte de la sabiduría que trata de correlacionar las observaciones cuantitativas y cualitativas. La lógica es válida en el mundo material y las matemáticas son confiables o infalibles, cuando se aplican a los problemas de la vida, porque ella incluye fenómenos que no son totalmente materiales.

La aritmética podría decir, que si un hombre puede trasquilar una oveja en diez minutos, diez hombres, podrían hacerlo en un minuto. Es una verdad matemática, pero es falaz, porque los diez hombres no podrían hacerlo porque se tropezarían los unos con los otros, de tal manera que el trabajo demoraría mucho más tiempo.”

Esto nos prueba que todo es relativo, porque “en el estado mortal, nada puede ser probado en forma absoluta, tanto la ciencia, como la religión se basan en suposiciones” esta afirmación en vez de producirnos inseguridad, debiera darnos entusiasmo, pues el mundo espiritual y el material, nos abre sus puertas para que no nos cansemos de buscar y encontrar nuevos y mejores descubrimientos, por eso “la religión del espíritu os deja por siempre libres para encontrar la verdad donde quiera que os lleve el espíritu” porque “el conocimiento es una búsqueda eterna, siempre estás aprendiendo, pero jamás puedes llegar al conocimiento pleno de la verdad absoluta.”

El relativismo de la ciencia, de la religión y de nuestras propias vidas, nos deben enseñar primero, a ser humildes y luego a no aferrarnos a nada ni a nadie en forma compulsiva, porque todo pasa y también, porque “todo a ha de aguardar su hora. Naces en el mundo, pero no hay ansiedad ni manifestación de impaciencia capaz de hacerte crecer. En todos los asuntos hay que darle tiempo al tiempo. Sólo el tiempo madura la fruta verde. Una estación sucede a otra y el atardecer sigue al amanecer sólo con el paso del tiempo.”

Cuando nos aferramos a las personas, a las cosas, a la religión e incluso a la ciencia, nos estamos limitando a nosotros mismos, porque estamos estratificando los conceptos que de todos ellos tenemos.

Cuando nos aferramos a las personas, nos volvemos egoístas y celosos y los que tienen que soportar esta presión harán todo lo posible por romper esas cadenas que los atan y le impiden ser ellos mismos. No importa si las cadenas son de flores o de hierro, porque igual quitan la libertad.

Si nos aferramos a las cosas, estaremos siempre temerosos de perderlas y por cuidarlas, no pondremos atención para adquirir otras mejores.
Aferrarnos a la religión o a lo que llamamos nuestra fe, nos vuelve intolerantes y dogmáticos, con la fe de nuestros hermanos olvidando que todas las religiones son buenas porque “ella es válida, sólo cuando revela la paternidad de Dios e intensifica la hermandad entre los hombres.”

Cuando nos aferramos a nuestros conocimientos, estamos limitando nuestra mente y nuestra forma de vida pues “la civilización científica lentamente está confiriendo mayor libertad a la humanidad”

“La curiosidad, el espíritu de investigación, el instinto de descubrimiento, el impulso de la exploración, es parte de la dote infinita y divina de las criaturas evolutivas. Estos impulsos naturales, nos fueron dados no para que los reprimiéramos, sino que los usáramos con sabiduría en bien de la humanidad.”

La preocupación por nuestra evolución espiritual, debe estar siempre acompañada por nuestro interés, por todo lo que pasa en el mundo, tanto a nivel humano como científico, porque es la única forma que nuestra religión sea consecuente con el entorno en que vivimos, con el cual tenemos obligaciones y deberes.

Sólo en la medida que nuestra mente, espíritu, alma y cuerpo permanezcan unidos en armonía, podremos ser un aporte no sólo para la sociedad, sino también a nivel cósmico. Mientras no nos convenzamos que no estamos solos y que somos parte de un Todo unificado, seguiremos siendo indolentes con nosotros mismos y con el planeta.

“Las invenciones mecánicas y la diseminación de conocimiento están modificando la civilización, son imperativos ciertos cambios sociales y adaptaciones económicas, si se quiere evitar un desastre cultural. La raza humana, debe reconciliarse con un proceso de cambios, adaptaciones y readaptaciones. La humanidad está en marcha, hacia un nuevo destino no revelado.”

Nosotros, los que buscamos la superación espiritual, formamos parte de este destino, porque “La religión, ha de actuar como sal cósmica, que previene la destrucción del sabor cultural de la civilización, por los fermentos del progreso”

No temamos pues a los cambios, por el contrario, estemos atentos a ellos y ojalá contribuyamos a que se produzcan, recordemos que tanto la palabra como las emociones y pensamientos son creadores. Con ellos podemos ayudar a elevar nuestro planeta o a destruirlo, según sea lo que acaricia nuestra mente, porque “el poder de toda idea yace, no en su certidumbre o verdad, sino más bien en la intensidad del ser humano para atraer lo que su mente piensa.”

“EL Dios del cielo, ve tanto los motivos íntimos del alma así como vuestras pretensiones exteriores y vuestras manifestaciones de devoción.”

Esforcémonos entonces, para que nuestra religión sea agua viva, porque “la verdadera religión es la actitud de un alma individual, en sus relaciones conscientes con el Creador” porque para un hijo de Dios “todas las cosas se vuelven sagradas y toda labor terrenal es un servicio al Padre”

Basado en las enseñanzas del Libro de Urantia

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