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jueves, 15 de julio de 2010

Cruzadas en el Islam !!!

Las Cruzadas del Islam secreto Guillermo de Aquitania, uno de los grandes nobles que acudieron a Tierra Santa con la Primera Cruzada, llevaba pintada una mujer desnuda en su escudo de caballero. Antes se había batido con los sarracenos en España. Pero tanto en Andalucía como en Palestina hizo algo más que combatir: entró en contacto con la mística sufí, corriente heterodoxa del Islam que promovía una vía iniciática hacia Allah (Dios), a través de la celebración de la mujer y del amor humano.

Los sufís practicaban una alquimia interior, cuyo objetivo final era la fusión con el Creador. Su Camino incluía una psicología esotérica, basada en la observación de sí mismo por parte del buscador, que debía identificar «los estados del alma» y «las moradas espirituales» por los que pasaba en su itinerario iniciático. Uno de sus medios para lograr la iluminación fue la poesía mística, que convertía el culto a la mujer en una vía de elevación hacia el amor divino.

También desarrollaron técnicas análogas a los yogas, con prácticas de recitación verbal y mental, ejercicios de respiración Y otros recursos para promover el trance, como el famoso giro de los derviches (Orden Mehlevi del sufismo). El empleo de instrumentos musicales y el recitado constituían una herramienta más de esa alquimia interior transformadora.

El culto de la Diosa Guillermo de Aquitania copió sus poemas y se impregnó con estas ideas, convirtiéndose en el primer trovador conocido en Europa. También despertó las sospechas de la Iglesia sobre su ortodoxia. En 1115, fue excomulgado por el legado papal. Entre sus desafíos a la moral católica se cuenta su afirmación ante dicho legado de que «una mujer que inspira amor es una diosa y merece culto como tal». Por si fuese poco, su culto distaba de ajustarse a la «castidad teórica» del amor cortés y hasta se afirmó que alentó la intención de reunir a sus numerosas amantes en un castillo formando harén. En 1121, casó a su primogénito con la hija mayor de su amante más famosa, Dangereuse de L'Isle Bouchard, matrimonio del que nacería su gran nieta y continuadora: Leonor de Aquitania -autora de varias trovas-, reina de Francia por su boda con Luis VII, y también reina de Inglaterra, después de divorciarse de éste y casarse en 1154 con Enrique Plantagent, duque de Anjou.

Leonor estuvo en la Segunda Cruzada, donde rompió con Luis VII, porque ella quería quedarse en el principado de Antioquía (Siria), regido por su tío Raimundo de Toulouse, donde convivían sarracenos, judíos y cristianos, los matrimonios mixtos eran corrientes y con frecuencia se cambiaba de fe por amor. Parece evidente que Leonor compartía con su abuelo el interés por Oriente y el Islam.

Pero, ¿hasta dónde llegaba ese interés y cuáles eran sus objetivos últimos? En su libro El pueblo del secreto (Ed. Sirio, 1990), Ernest Scott sostiene que existió una auténtica operación sufi de promoción espiritual en Europa, a través del movimiento trovadoresco. En el sufismo vieron prestigiosos arabistas como Asín Palacios la fuente en la cual bebió el humanismo italiano. En El misterio de las catedrales (Ed. Plaza y Janés), Fulcanelli también afirma que muchas trovas son alegorías de operaciones alquímicas que, a su vez, constituyen la expresión material de un proceso de transmutación espiritual. ¿Estamos ante una alquimia interior inspirada en el sufismo? Examinemos los indicios de esta transmisión secreta.

Así como Guillermo preparó a Leonor para sucederle en la difusión del movimiento del amor cortés, ésta hizo otro tanto con sus hijos. Su preferido, el célebre Ricardo Corazón de León -también trovador-, fue coronado rey de Inglaterra en 1189y partió meses después a la Tercera Cruzada. Como su abuelo, tuvo una ambigua relación con el Islam. Por lo pronto, entabló una extraña amistad con el líder musulmán Saladino, que había reconquistado Jerusalén en 1187.

A pesar de ser enemigos, Saladino envió su médico a Ricardo para que le asistiera cuando éste enfermó. La relación fue tan amistosa que Ricardo llegó a ofrecer una hermana suya en matrimonio al hermano de Saladino y, en 1192, tres años después de llegar a Oriente, firmó con ella paz, pactando el libre tránsito de los peregrinos cristianos y musulmanes hacia los Santos Lugares. El caballero musulmán Sin duda, produce admiración la conducta impecable de Saladino.

A diferencia del bárbaro genocidio practicado por los cruzados cuando tomaron Jerusalén en 1099, en ocasión de la reconquista musulmana él no sólo respetó a los prisioneros, sino que incluso organizó patrullas especiales para proteger a los cristianos de represalias y acabó por liberar a los ricos a cambio de un rescate y a los pobres sin contraprestación alguna. Sin embargo, a Saladino no le temblaba el pulso cuando sus enemigos habían cometido tropelías contra los civiles. No dudó en degollar a templarios y hospitalarios, como también hizo con Reinaldo de Chatillon, un cruzado famoso por atacar caravanas y asesinar civiles.

¿Por qué entonces fue tan benévolo con Ricardo Corazón de León, cuyo ejército había masacrado a 2.700 musulmanes en San Juan de Acre, incluyendo mujeres y niños? ¿Existía algún vínculo secreto entre el Islam y el hijo de Leonor de Aquitania? ¿Es posible que ese vínculo tuviese relación con Leonor? No son preguntas gratuitas.

Tras su estancia en Antioquía (Siria), esta reina mostró un interés especial por difundir el movimiento trovadoresco creado por su abuelo, fundando una Corte y una Universidad del Amor donde se formaron los hijos de casas reales y aristocráticas de todo el continente. Y, sobre todo, al mismo tiempo estableció vínculos muy íntimos con el Reino latino de Jerusalén, formalizándolos con una alianza dinástica muy especial. Leonor de Aquitania casó a su hija, la condesa María de Champagne, con el conde Felipe de Flandes, otro noble implicado en esta enigmática operación de difusión cultural y también primo hermano del rey de Jerusalén Balduino IV, «el leproso», que en la película de Ridley Scott recibe al médico de Saladino y en quien algunos han visto el modelo del «Rey Pescador tullido» del ciclo griálico. Felipe de Flandes pertenecía al linaje de los Anjou y había estado en la Ciudad Santa en 1177, apoyando a Balduino IV, hasta el punto de que se barajó su nombre como posible sucesor suyo.

Era nieto de Fulco de Anjou, un templario de la primera hornada que participó en el famoso cónclave de Troyes (1104) y que asimismo fue rey de Jerusalén entre 1131 y 1141. Todo esto sucedió en Troyes, donde se reconoció a la Orden del Temple como Milicia de Cristo. El misterioso origen del Grial En 1180, sólo dos años después de regresar Felipe de Jerusalén, el trovador Chrétien de Troyes dio a conocer su Perceval o el cuento del Grial.

No era una invención suya. La idea y el argumento de esta obra se los dio Felipe de Flandes, a quien dedicó el relato. Según Chrétien, tampoco el argumento de su romance artúrico Lancelote era suyo. Se lo facilitó la esposa de Felipe, María de Champagne, que presidía el Tribunal del Amor Cortés fundado por su madre Leonor. No cabe duda, por lo tanto, de cuál fue la fuente de esa saga repleta de misterios, en la cual el Santo Grial (la supuesta sangre real, asociada a un linaje sagrado y a los reyes de Jerusalén) se mezcla con el tesoro del Templo de Salomón, el culto a Magdalena como origen de dicho linaje, la Sábana Santa y el culto a las cabezas cortadas, evocadora de la más célebre de todas (Juan el Bautista).

Antes de 1230 estas obras se traducen al alemán, francés, inglés, holandés y nórdico antiguo, al mismo tiempo que los romances artúricos y griálicos se extienden como una mancha de aceite por toda Europa. Este es el pistoletazo de salida de una obsesión griálica que conquista las cortes del continente. En 1190 aparece la Historia del Grial de Robert de Boron. En 1210 nace el Perceval del trovador alemán Wolfram von Eschenbach, quien declaró que se trataba de «la obra original», transmitida por un tal «Kyot el Provenzal» -situándonos así en Aquitania y en la cuna del movimiento trovador-, tal como éste lo habría obtenido de un misterioso libro, presumiblemente escrito en árabe y adquirido en Toledo.

Eschenbach no sólo identifica a los defensores del castillo del Grial con los templarios, sino que convierte al enigmático objeto en una piedra caída de la frente de Lucifer: una esmeralda. Y silos colores del Temple son el blanco y el rojo, símbolos de conocimiento y santidad en el Islam chiita, la esmeralda representa el alma y el verde la iluminación en esta corriente. De blanco y rojo vestían los musulmanes fatimíes de Egipto. Estas relaciones entre los templarios y el cinismo están documentadas.

Del ismailismo fatimí, una de las numerosas corrientes de esta rama minoritaria del Islam que se segregó del sufismo, surgiría la famosa Orden de los Asesinos, fundada por el legendario Hasan-i-Sabbah, el «Viejo de la Montaña», con sede en la fortaleza de Alamut (ANO/CERO, 139). Los templarios mantuvieron relaciones estrechas con esta Orden y hasta suscribieron con ella un pacto de no agresión. Los asesinos eran enemigos de los turcos seléucidas y de sus emires y visires, que pertenecían al sufismo. Estos combatientes heréticos del Islam, maestros del disfraz, se infiltraban en el corazón del mando enemigo y usaban el asesinato selectivo como arma política. Su primera víctima fue Nizam Al-Mulk, el Gran Visir del Sultán seléucida Malik Shah. También asesinaron a Conrado de Monferrato, rey cristiano de Jerusalén, haciéndose pasar por monjes y ganándose su confianza.

El gran Saladino fue de los pocos que escapó con vida a dos atentados de estos sectarios. Las similitudes entre templarios y asesinos son muy sugerentes. Ambas órdenes presentan una organización exotérica y otra esotérica que promueve una iniciación orientada a la iluminación. Según mantiene Henry Corbin en su Historia de la filosofía islámica (Ed. Trotta, 1994), en 1164 un sucesor del fundador Sabbah proclamó el tiempo de «la Resurrección»: un Islam espiritual liberado de la servidumbre a la Ley. Todo indica que el ideal templario de una caballería celeste o espiritual, que sirviera de ejército a un gobierno mundial (sinarquía), fue tomado de los Asesinos y de otras corrientes musulmanas heterodoxas.

En el sufismo también hallamos esta «caballería espiritual» (Futuwah), cuyos miembros debían convertirse en «caballeros perfectos» y alcanzar la fusión mística con Dios. El mismo Camino iniciático y la misma unión que, en la Europa cristiana, estaría representada por la búsqueda del Santo Grial, cuya contemplación sólo era accesible «al caballero de corazón puro» y cuya virtud mágica convertiría la tierra maldita en el Paraíso. Este don divino (piedra caída del cielo) operaría el milagro de curar al Rey Pescador herido de la leyenda griálica y redimiría la Tierra yerma con la fertilidad, transformándola en el Paraíso. Estamos ante los mismos ideales y símbolos del Islam que impregnaron a la Cristiandad en las fronteras de Tierra Santa y de España, donde también combatieron los templarios, en las campañas de Valencia, Mallorca, Cuenca, en la batalla de Navas de Tolosa y en la toma de Sevilla.

Este contacto explica que la poesía arábigo-andalusí transformara a España en el puente a través del cual la poesía mística sufi llegó a Provenza de la mano de Guillermo de Aquitania. Y tabién por qué, en ocasión del proceso contra la Orden, los inquisidores sospecharan que el enigmático ídolo Baphomet al que rendían culto sus caballeros, evocaba a Mahomet (el profeta Mahoma). En Oriente, los cruzados - y sobre todo los templarios - entraron en contacto con el Islam heterodoxo.

Pero a través de éste también accedieron a tradiciones dualistas, gnósticas y maniqueas, el hermetismo y al simbolismo alquímico de las diosas madres - Isis, Demeter, Cibeles, e incluso la Diana de Efeso -, cuya iconografía las representaba con el color de la Madre Tierra, aportando así el modelo de las famosas vírgenes negras que proliferaron en toda Europa. También proviene del Islam la piel sagrada (la Kaaba de la Meca), «betilo caído del cielo», que los templarios adoptaron como piedra cúbica negra situada en el ábside de sus iglesias. Los centros de culto de es vírgenes negras que aparecen tan vincula a los templarios y a sus enclaves en O dente, se erigieron en antiguos lugares poder telúrico, asociados a la Diosa Madre pagana, una herencia también recogida por el Islam en la hija santa del profeta y en veneración por la Virgen María. Tampoco es casual que el movimiento trovador coincida con la pasión por el Cantar los cantares, que invade conventos y monasterios en la misma época.

En el Cantar, amor humano simboliza las nupcias del amo con Dios y, más secretamente, la fusión e tre el principio femenino (yin) y el masculino (yang) como culminación de esa alquimia interior que conduce a la iluminación. La nueva Europa Después de establecido este contacto con Oriente, Europa ya no volvió a ser la misma. La nueva consideración de la mujer endiosada, la imagen de la justa caballeresca protagonizada por un campeón que lleva «prenda» de su dama como emblema sagrado, su itinerario en busca de hazañas bajo signo de esa mujer, son algunos de los frutos del influjo sufi.

El hermetismo y la alquimia redescubiertos en Oriente se abrirían paso en Occidente. Y se multiplicarían las emergencias heréticas, los movimientos carismáticos liderados por iluminados. Incluso en seno de la propia Iglesia surgiría un nuevo talante. Personalidades como Juan de Segovia Nicolás de Cusa y Raimon Llull fundaría academias para estudiar el Islam y el árabe promoviendo una actitud de diálogo y coi versión hacia los musulmanes. La influencia sufi directa sería asimismo un factor decisivo en el nacimiento del humanismo italiano y, en su Divina Comedia, Dante no vacilaría en situar a Godofredo de Bouillon -el héroe de la toma de Jerusalén por los cristianos en 1099- en su Paraíso, y Saladino entre los justos no cristianos más nobles y virtuosos, en su Limbo, junto con Homero, Platón y Aristóteles. Esta fue la Cruzada del Islam secreto.

A su influjo debemos el culto a la mujer y el amor romántico, algunos temas fundamentales de la tradición esotérica europea y comienzo de un proceso civilizador que desembocaría en el Renacimiento. Los misterios que gracias al contacto con este Islam los cruzados trajeron de Oriente aún están vivos, desafiándonos con su invitación a convertimos en aspirantes a una «caballería celeste» del espíritu y emprender el Camino de Iluminación para redimir la Tierra.

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