Son numerosos los hallazgos arqueológicos que permanecen solitarios en la laguna del tiempo, imposibles de ser datados en algún momento de la historia conocida. La solución, menos arriesgada de lo que algunos creen, quizás esté en otorgar un conocimiento avanzado a muchas de las culturas que tradicionalmente se las ha considerado primitivas.
Museos y parajes de todo el mundo están repletos de objetos y edificios cuya cronología sigue estando, para muchos investigadores, en el aire. La razón de este abandono no está en la falta de pruebas necesarias para datarlo en un momento u otro de la historia. Todo lo contrario, esa “galería de condenados”, como bautizó acertadamente el investigador catalán Antonio Rivera, posee más de una prueba irrefutable que demuestra su cronología. Sin embargo, ningún arqueólogo está dispuesto a aceptar fechas anteriores a las propuestas por la arqueología convencional ya que antes de estas civilizaciones primitivas, según ellos, no hubo culturas suficientemente avanzadas para edificar o fabricar objetos tan complicados.
En otras ocasiones ya hemos comentado la existencia de algunos edificios en Asia, Sudamérica y especialmente en Egipto que permanecen aislados en el centro de la inmensa laguna del tiempo. Nadie puede explicarse, por ejemplo, que la Esfinge fuera construida en el 7.000 a. C. Toda vez que en aquel lugar no hubo un civilización que dispusiera de los medios técnicos necesarios para lograrlo. Sin embargo, nadie puede negar que incluso en el Paleolítico Superior, hace 15.000 años, el hombre primitivo disponía de los conocimientos necesarios para poder, por ejemplo, desplegar un gran mapa estelar sobre el techo de una cueva.
¿Estamos infravalorando la capacidad intelectual de nuestros ancestros más directos? Posiblemente sí. Al menos esto es lo que explica el investigador estadounidense Robert Schoch en su libro Voices of the Rocks que aparecerá publicado en castellano el próximo mes de octubre Oberon Grupo Anaya 2001). De lo contrario, no podemos explicarnos cómo algunas de las culturas primigenias del Próximo Oriente, brillaron con tal esplendor miles de años antes incluso que la todo poderosa civilización egipcia.
El sol de Playa Nabta
El hallazgo que más polémica ha levantado en los últimos meses en torno a la capacidad tecnológica de las primitivas culturas neolíticas, es el descubrimiento realizado en marzo de 1998 en la llamada Playa Nabta, al suroeste de Egipto, lindando casi con el desierto líbico. Una expedición de la Universidad Metodista del Sur (Estados Unidos), llevaba casi una década excavando un antiguo yacimiento neolítico datado en el 9000 a. C. En aquel lugar existió un gigantesco lago cuyas aguas desaparecieron al comienzo del período histórico de Egipto, el 3000 a. C.
En este desértico paraje, los habitantes de Nabta construyeron durante la estación húmeda pequeñas tumbas para personas y animales sagrados, algunas viviendas y un misterioso círculo confeccionado con varias lascas de piedra, clavadas sobre la arena del desierto. Algunas de estas losas alcanzan lo 3 metros de altura y fueron traídas desde una cantera que dista de Nabta casi 2 kilómetros.
El astrónomo J. McKim de la Universidad de Colorado, Ali A. Azar de la Inspección Geológica Egipcia y Romauld Schild de la Academia Polaca de Ciencias, -el verdadero alma mater de este proyecto-, emplearon la ayuda de un satélite para identificar la orientación de las líneas que se presentaban en el misterioso círculo.
El resultado no pudo ser más prometedor. Una de las líneas estaba orientada exactamente de este a oeste; circunstancia muy extraña para tratarse de una simple coincidencia.
En el círculo había además cuatro grupos de losas. Dos de ellos estaban orientados de norte a sur, y el otro par proporcionaba un línea de horizonte hacia el lugar por el que el sol salía en el solsticio de verano hacia el 4000 a. C. Con esta extraña máquina solar, también se podía conocer el momento del cenit del sol. Sabiendo que Playa Nabta se encuentra justo al sur del trópico de Cáncer, el sol del mediodía alcanza su punto más alto en dos días concretos: uno tres semanas antes del solsticio de verano y el otro tres semanas después. En estos días las losas que permanecen erectas sobre la arena no ofrecen sombra.
Para comprender este extraño artilugio estelar, nosotros hemos necesitado un satélite. Los hombres “primitivos” de Nabta, mucho antes que los de Stonehenge en Gran Bretaña, alcanzaron un gran dominio de las estrellas que le cubrían, para lo cual debieron de haber observado el cielo con detenimiento durante varias generaciones.
En el alba del tiempo
Como relata Robert Schoch, a medida que nos desplazamos por Oriente Medio y nos retrasamos más y más en el tiempo, encontramos cada vez más sofisticación. En el antiguo oasis de Jericó, una isla verde en medio del desierto, en la parte sur del valle del Jordán y a 10 kilómetros al norte del mar Muerto, floreció en el 9250 a. C. una cultura sin parangón. Allí se encontraba la antigua Jericó, en árabe “la ciudad de la Luna”, hoy dentro dela provincia de Jerusalén, en el lado occidental de Israel.
Este emplazamiento sorprendente poseía un grueso muro de casi 2 metros de espesor y más de 6 metros de altura. Alrededor de este muro existió una zanja de 8,5 metros de ancho y 2,8 de profundidad, todo ello excavado en la roca del suelo y que probablemente sirvió a modo de foso para proteger el interior de la ciudad.
Protegida por los muros de la ciudad, los habitantes de Jericó construyeron una torre de piedra de 10 metros de diámetro, de la que hoy tan sólo se conservan otros tantos de altura, aunque con seguridad antiguamente debió de tener muchos más. Al mismo tiempo, en su interior esta torre poseía una escalera hecha con peldaños de piedra. Todo parece indicar que esta construcción fue edificada con el fin de proteger su entorno de los pueblos vecinos.
Inmediatamente surgieron los problemas de datación del yacimiento. Hasta la primera mitad de nuestro siglo no se realizaron excavaciones serias en el lugar. En los años 30 el británico John Garstang dató muchos de los monumentos de Jericó en la época del Josué de la Biblia, hacia el 1325 a. C. Sin embargo, tuvo que ser Kathleen Kenyon, compatriota de Garstang, quien a partir de los restos de cerámica descubiertos en la muralla, dató parte del conjunto antes del año 2000 a. C. Sin embargo, el verdadero hallazgo de Kenyon fue retrasar el origen de la fortificación de Jericó a unos extremos que no habían sido mencionados en la Biblia: ¡toda aquella vorágine cultural urbana había comenzado hace más de 10.000 años!
Pero lo más curioso de todo, y es el detalle en el que más insiste el geólogo Schoch en su libro, es que la habilidad de los habitantes de Jericó en este tipo de construcción defensiva no tiene nada que envidiar a los castillos feudales que se construyeron en Europa 9.000 años después, y que dieron lugar, al igual que sucedió en Jericó, a las modernas ciudades.
El enigma anatolio
Al norte de la región de Palestina, en lo que hoy es Turquía, existió otro emplazamiento sorprendente que refuerza la tesis que defiende el elevado grado de civilización que tuvieron algunos pueblos en el neolítico. En la región bautizada por los bizantinos como Anatolia, se desarrolló en su parte central una civilización llamada Çatal-Huyuk. Datada en el séptimo milenio antes de nuestra Era, a diferencia de Jericó, en donde solamente debió de haber unos cientos de habitantes, en Çatal-Huyuk las estimaciones más modernas defienden la posibilidad de que allí vivieran casi 7.000 almas, lo que conlleva una infraestructura y un desarrollo aún mayor que junto al río Jordán.
Aunque dos milenios más moderna que su homónima Jericó, en Çatal-Huyuk también se desarrolló una población que vivió en casas construidas con madera, tapial y barro y que edificó grandes templos. Todo esto fue descubierto no sin sorpresa por el británico James Mellaart en 1961, ya que no se esperaba nada parecido cuando comenzó sus excavaciones en la colina de Çatal-Huyuk, levantada en la loma de Konya, ubicada a unos 50 kilómetros al sudeste de la ciudad que lleva el mismo nombre.
En una superficie de poco más de 11 hectáreas, Mellaart descubrió los restos de un precoz asentamiento preurbano. Allí se encontraban las pruebas que demostraban una adelantada posición económica con respecto a otros pueblos del momento, hegemonía que había sido adquirida principalmente mediante el control del monopolio de la obsidiana. Por los restos encontrados en el lugar, su época de apogeo debió de estar entre los años 7000 y 5600 a. C.
Según Schoch, a este hallazgo habría que añadir una serie de circunstancias que lo convierten en un yacimiento de gran interés. Por ejemplo, la vida religiosa y el simbolismo de sus creencias denotan un amplio grado de desarrollo. Todo ello se expresa en la ornamentación de las decoraciones pictóricas de las paredes y las famosas esculturas que representan a cabezas de toros, mujeres desnudas, ranas, buitres e imágenes que representan pensamientos relacionados con el nacimiento, la muerte y la regeneración.
Otros investigadores, quizás más arriesgados, han ido más allá a la hora de interpretar los dibujos dejados por los antiguos anatolios sobre los templos de Çatal-Huyuk. Hertha von Dechend, historiadora de la ciencia en la universidad alemana de Frankfurt, ha identificado la presencia de hachas de doble filo en estos lugares con el conocimiento que tenía este pueblo de la precesión de los equinoccios, ya que este arma era también empleada por los cretenses para el mismo fin. En cualquier caso, ¿qué clase de pueblo primitivo es capaz de generar tal desarrollo?
Jericó, Çatal-Huyuk o Playa Nabta son algunos de los ejemplos que evidencian una prueba clara sobre el despliegue de organización que poseían ciertos pueblos hace 10.000 años y que les permitió la creación de estructuras sociales complejas, alcanzado logros artísticos y tecnológicos que solamente se repitieron milenios después en las grandes civilizaciones como Egipto, Mesopotamia, Grecia, China o Perú. Quizás esta sea la prueba de la existencia en los albores de la historia de una gran civilización, quizás la Atlántida, de cuyos paso por al Tierra solamente nos quedan los restos de algunas construcciones hoy mal interpretadas y erróneamente atribuidas a otras civilizaciones más modernas.
¿Estupidez del Hombre?
sábado, 18 de septiembre de 2010
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TE AGRADECERIA ME DIJERAS CUAL ES TU OPINION SOBRE LO ACABAS DE LEER ?
Y POR FAVOR, DEJA TU HUELLA ANTES DE RETIRARTE, NO PIERDAS EL CAMINO DE REGRESO, QUE LA LUZ UNIVERSAL TE ACOMPAÑE.