Desde el momento en que el espíritu despertó en el hombre, éste intuyó que existía un mundo superior, invisible para sus ojos pero tan real como aquel en que se movía y como es natural, intentó indagar en este mundo secreto.
La Naturaleza ofreció a la humanidad los primeros símbolos del conocimiento oculto. El hombre quiso leer los mensajes escondidos en las piedras, el agua, las flores, los pájaros, las nubes, y así, nuestros antepasados dirigieron sus primeros pasos hacia las ciencias biológicas, geológicas e incluso meteorológicas.
La adivinación a través de la Naturaleza tiene, tal vez, sus raíces en los antiguos rituales chamánicos. Ya en las paredes de las cuevas de la Edad de piedra podemos contemplar chamanes en trance y todavía hoy, en zonas de Asia, el Ártico y América, estos chamanes, sacerdotes, magos y terapeutas de sus tribus, continúan practicando sus rituales.
El eje central de las creencias chamánicas es la idea de que un espíritu sagrado mora en todo el mundo natural, incluidas las piedras. Aquellos que deseen acceder a esta privilegiada categoría de hombres sabios, se deben someter a duras pruebas y largos años de aprendizaje para lograr obtener la comprensión de esta fuerza, lo que les permitirá entrar en otro mundo, el plano Astral, un mundo en donde el tiempo no existe, por lo que se puede ver el pasado, el presente y el futuro.
Los griegos y romanos antiguos también creían que todo acontecimiento natural era una señal de los dioses, un mensaje del cielo
.
En la antigua Roma, el augurio era considerado una ciencia. Consistía en el estudio de los eclipses y los truenos, el comportamiento de los pájaros y otras señales de la Naturaleza a las que denominaban “auspicios”.
Los videntes o augures romanos transmitían sus conocimientos de generación en generación e incluso llegaron a agruparse en un colegio formal, junto a los pontífices, que administraban las ceremonias públicas.
Sus interpretaciones eran registradas y conservadas, con sus consiguientes resultados, en unos archivos secretos. Los videntes ejercían un enorme control sobre la vida de los ciudadanos y los destinos de las comunidades ya que todo acontecimiento de cierta importancia era consultado.
Se cuenta que una vez se vio un relámpago caer en una estatua de César Augusto, borrando la primera letra de la palabra “caesar”; esta noticia fue llevada rápidamente ante los augures que la interpretaron como que Cesar sólo viviría cien días más. Al parecer así ocurrió.
En Grecia las encargadas de los oráculos eran las “pitias”, mujeres que desde la infancia se destinaban a estos menesteres en los templos y que dirigieron, durante casi ocho siglos, el destino de la nación.
Poco se sabe de las “pitias”. Ningún consultante podía verlas porque se ocultaban tras unas cortinas, pero todos aseguraban que entraban en un estado de trance y que su voz cambiaba al hacer las adivinaciones que los sacerdotes transcribían en verso.
La leyenda sobre el origen del famoso santuario de Delfos sugiere la existencia en este lugar, de algún centro de energía telúrica que facilitaba el contacto con otros planos e inducía a un estado de conciencia alterado.
Platón decía que esta clase de adivinación “permite al dios hablar sin necesidad de señales o presagios y constituye una actividad sobrenatural”.
Lo cierto es que el pueblo consideraba que por boca de las “pitias” se podía conocer la verdad y les tenían un gran respeto.
El mismo Pitágoras admitía haber recibido revelaciones en Delfos y Sócrates, condenado por no creer en los dioses oficiales de Atenas, aconsejaba a sus discípulos dirigirse a este oráculo para resolver asuntos importantes.
Delfos, que se convirtió en el más célebre de los santuarios oraculares, no fue el único que utilizó las fuerzas telúricas de la Tierra para poner a los hombres en contacto con el mundo desconocido. En otros lugares situados junto a grutas y manantiales sagrados, los dioses se revelaban directamente al consultante a través de los sueños.
Muchas personas acudían de todas partes buscando el remedio para su enfermedad. Los consultantes debían purificarse primero para lo cual ayunaban durante días, bebían de una fuente sagrada y se bañaban en ella. Después pasaban a los dormitorios y esperaban la aparición del dios Asclepio en sus sueños.
En ocasiones, los tratamientos y remedios revelados en el sueño tenían que ser interpretados por los sacerdotes del templo, pero las estelas encontradas en el lugar arqueológico dan testimonio de curaciones milagrosas.
Todos los oráculos griegos estaban situados en lugares en donde previamente se habían realizados cultos a la madre Tierra, antes de la adoración a Apolo. Lugares mágicos, centros de poder en donde se une la energía celeste a la terrestre, lugares que el hombre supo encontrar y utilizar para su beneficio desde el principio de los tiempos.
El santuario más antiguo del mundo clásico se hallaba en un bosque de encinas milenarias que estaba presidido por la más frondosa de todas ellas. Amarrados a sus ramas colgaban numerosos pedazos de bronce que, movidos por el viento, chocaban entre sí produciendo un sonido incesante de campanillas que aumentaba la sensación de misterio reinante en el lugar.
Los fieles escribían sus preguntas en esas laminillas de bronce y esperaban que en su reverso aparecieran escritas las respuestas.
Los bosques, parajes mágicos por excelencia, fueron también testigos de los magníficos rituales llevados a cabo por aquellos enigmáticos sacerdotes que dirigieron al pueblo celta, los druidas.
Desde entonces continúa abriéndose la puerta de vez en cuando y aquellos que están preparados intentan, una vez más penetrar en el misterio.
lunes, 13 de septiembre de 2010
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