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martes, 21 de septiembre de 2010

COMO APRENDER A NO JUZGAR

Para practicar el no juzgar, debemos trascender nuestras limitadas creencias, incluso las que tenemos sobre el bien y el mal.

Le damos un sentido al mundo al juzgar las situaciones como «buenas» o «malas» de acuerdo a reglas definidas por nuestra cultura. Estas reglas constituyen nuestro código moral. Pero un Guardián de la Tierra es amoral. Eso no quiere decir que sea inmoral, sino que simplemente no se rige por tradiciones. El Guardián cree que es importante desprenderse de este tipo de juicios y mantener su capacidad de discernimiento.

Cuando practicas el no juzgar, te niegas a seguir automáticamente la opinión de los demás en cualquier situación. Al hacer esto, comienzas a tener un sentido de la ética que trasciende las tradiciones de nuestro tiempo.

Esto es importante hoy en día, cuando las imágenes de los medios de comunicación se han convertido en algo más convincente que la realidad, y nuestros valores –libertad, amor, etcétera- son reducidos a eslóganes y palabras vacías.

Cuando te niegas a colaborar con la visión consensual, adquieres una perspectiva diferente. Descubres lo que la libertad significa para ti a nivel personal, y que no es lo que cuentan los políticos en sus bien ensayados discursos. Comprendes que la libertad es mucho más que poder elegir entre varios modelos de coches o entre opciones de un menú.

Nuestros juicios son suposiciones que están basadas en lo que hemos aprendido y en lo que nos han contado.

Por ejemplo la mayoría de nosotros cree que el cáncer es una enfermedad mortal, de modo que si el doctor nos dice que la padecemos, nos quedamos aterrorizados. Sin embargo, si practicamos el no juzgar, rechazamos la creencia automática de que esto significa que vamos a tener que luchar por nuestra vida. Podemos estar de acuerdo en seguir el tratamiento que nuestro médico recomienda, pero no aceptamos el hecho de que tenemos unas probabilidades de recuperación del 1 al 99%. No calificamos nuestras posibilidades de supervivencia, sean éstas buenas o malas, ni tampoco les consignamos ningún número, porque eso sería entregar nuestro destino a las estadísticas.

En lugar de eso, lidiamos con el problema que tenemos entre manos, no sólo desde el nivel literal de nuestro cuerpo, sino desde el nivel de percepción más elevado que podamos. Nos permitimos aceptar lo desconocido, junto con sus infinitas posibilidades.

Hace algunos años, por ejemplo, a un amigo mío se le diagnosticó cáncer de próstata. Afortunadamente, en esa época el vivía con un curandero, quien le dijo: «No tienes cáncer; tus radiografías sólo muestran algunas manchas que con el tiempo se curarán». Al cabo de un mes, esas manchas pudieron ser sanadas.

Si mi amigo hubiese calificado esas manchas como «cancerosas» y tejido una historia en torno a ellas, se habría convertido en un «paciente de cáncer». Si hubiese aceptado esta historia literal sobre su enfermedad, estaría condenado a convertirse en una estadística –en su caso, a formar parte del 40% de los pacientes que se cura o del 60% que no lo hace. Sus posibilidades se habrían reducido para convertirse en probabilidades, porque, al saber que llevaba las de perder, no habría sido capaz de imaginarse dentro del
40% de los que se curan. Por eso les enseño a mis alumnos a trabajar
con sus clientes antes de que éstos reciban los resultados de las
biopsia, antes de que las manchas que aparecen en las radiografías
reciban un nombre y que la historia del «cáncer mortal» quede grabada en
su mente y se convierta en una profecía que se cumple a sí misma.

Recientemente, una mujer llamada Alyce llamó para pedir consulta con Marcela, que
forma parte de nuestro personal. Alyce se había hecho una mamografía y
se le había encontrado un bulto en un pecho. Marcela le preguntó si
quería que comenzara a trabajar con ella antes de la biopsia, para
intentar influenciar los resultados, o si prefería esperar hasta
después. Alyce eligió la primera opción. A la semana siguiente, recibió
una llamada de su médico. Este le dijo que habían cometido un error,
¡habían confundido su mamografía con la de otra persona, y la suya era
perfectamente normal! De modo que nuestras historias no sólo influyen en
nuestra forma de ver la vida, sino también en el «mundo real» -en este
caso, ¡curando una situación que ya había sucedido!

Siempre podemos crear una historia mítica en torno a nuestro viaje, una historia que nos
ayude a crecer, a aprender y a curarnos. A fin de cuentas, es posible
que no podamos alterar las manchas en una radiografía, pero sí curar
nuestra alma y comenzar a educarnos por fin en las lecciones que hemos
venido a aprender en este mundo. Nuestra lección puede ser ir más
despacio y apreciar a las personas que nos rodean, dejar de aferrarnos a
una existencia que hemos vivido como sonámbulos porque creímos que
debíamos vivir nuestras vidas de una cierta forma; o, desde la
perspectiva del colibrí, estas manchas pueden ser una llamada de
advertencia para que hagamos los cambios que hemos estado evitando.
Hemos creado grandes historias en torno al cáncer, el sida y otras
enfermedades, pero no en torno a otras dolencias.

Si el médico nos dice
que no tenemos un parásito, por ejemplo, la mayoría de nosotros no se
pone a pensar en los millones de personas alrededor del mundo que mueren
a causa de infecciones producidas por parásitos ni comienza a
angustiarse con la idea de que va a morir. No hemos construido ninguna
historia alrededor de esta enfermedad, aunque a menudo resulta ser
fatal. Esto es en parte porque existe poco interés comercial o monetario
en perpetuar estas historias.

El tratamiento de las infecciones
producidas por parásitos, aunque afectan a alrededor de dos mil millones
de personas en todo el planeta, no es un gran negocio para las grandes
compañías farmacéuticas, a diferencia del cáncer, el colesterol y las
enfermedades cardíacas. Las historias de miedo ayudan a vender
medicamentos.

Cuando no juzgas la enfermedad ni te dejas dominar por el miedo de que vas a morir, es más fácil que puedas percibirla desde un
nivel más elevado y escribir una historia mítica. De modo que si tienes
un parásito, podrás reconocerlo como la manifestación literal de la ira
tóxica de otras personas que tú has interiorizado. Alternativamente,
podrías descubrir que te has desviado de tu camino y que estás viviendo
una vida que es venenosa para ti.

Cuando practicamos el no juzgar, ya no padecemos enfermedades –tenemos oportunidades para la curación y el
crecimiento-. Ya no sufrimos traumas pasados –tenemos acontecimientos
que han moldeado nuestra personalidad-. No rechazamos los hechos –nos
oponemos a la interpretación negativa de estos hechos y a la historia
traumática que nos sentimos tentados a tejer en torno a ellos. Entonces
creamos una historia de fuerza y compasión basada en estos hechos.

La revelación 1 se llama el camino del héroe porque los chamanes y
curanderos más eficaces reconocen que ellos también han sido
profundamente heridos en el pasado, y que a raíz de su curación han
desarrollado una fuerte compasión por los que sufren. Con el tiempo, sus
heridas se convirtieron en dones que les permitieron sentir más
profundamente las cosas y mostrar más compasión por los demás.

En otras
palabras, ¿quién mejor para ayudar a un alcohólico que alguien que esta
en recuperación, que reconoce las mentiras que el alcohólico se dice a
sí mismo y que conoce el coraje que hace falta para superar esta
adicción?¿Quién mejor para auxiliar a un hosco y colérico adolescente
que un adulto cuya adolescencia estuvo marcada por la rebeldía, el
resentimiento y la inseguridad, pero que conseguido curarse a sí mismo?
Cuando alguien ya ha pasado por esas experiencias, es más fácil
desprenderse de los juicios y calificaciones, y centrarse en la
curación.

Tomado del Libro Las Cuatro Revelaciones del Dr. Alberto Villoldo, esta práctica forma parte de la primera revelación.

El profesor Alberto Villoldo, Psicólogo y antropólogo Médico estuvo
dirigiendo durante muchos años el Laboratorio Biológico de la
Universidad de San Francisco, investigando los efectos de la curación a
través de la energía y de la visualización en la química del cerebro. Un
día se dio cuenta de que sus estudios precisaban mayor compromiso y
dedicación. Por esa razón, dejó el microscopio y la universidad para
visitar personalmente el Amazonas. Allí empezó su viaje de recuperación
de las tradiciones milenarias de la medicina de la civilización Incas y
ahora enseña medicina energética a miles de profesionales médicos y
legos cada año.

Fuente: Libro Las Cuatro Revelaciones del Dr. Alberto Villoldo,

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