Antes de que se escribieran los primeros comentarios del I Ching durante la dinastía Zhou, hace más de 3000 años, era una práctica frecuente en la corte y en la clase ilustrada consultar el futuro mediante tallos de milenrama, también llamada aquilea.
Existían desde los tiempos del emperador Fu-Hi imágenes asignadas al resultado de la consulta.
Tres son las fuentes reconocidas de las versiones actuales del libro:
el texto del mítico Fu-Hi (por lo menos del 2400 a. C.);
los del rey Wen y su hijo el duque de Zhou (hacia el 1100 a. C.) y
los de Confucio y sus discípulos (500 a. C.)
A esos textos se adicionaron comentarios de hechiceros y de la escuela del yin-yang, que en épocas recientes fueron descartados por los estudiosos.
Aunque, en rigor, la lectura mediante el sistema del yin y el yang (principio femenino y principio masculino) es posible, los estudiosos prefirieron no tenerla en cuenta, para conservar la pureza arcaica del libro. Con el mismo criterio se pueden descartar los comentarios confucianos, pero la autoridad de Confucio es muy fuerte en la cultura china como para pasarlos por alto.
Este libro llegó a Europa en el siglo XIX con sus consiguientes intentos de traducción (por ejemplo la de Charles de Harlez, publicada en Bruselas en 1889). Siglos antes, Athanasius Kircher había obtenido una tabla con los signos del I Ching pero, completamente ignorante de su sentido original los interpretó como una forma de lenguaje abstracto universal.1
La relativa difusión de su obra propagó el conocimiento del I Ching en occidente, pero desde una perspectiva esotérica que distorsionaba su significación. Por tanto, se suele afirmar que esta práctica fue desconocida en Europa hasta hace poco más de un siglo. Uno de los mayores especialistas occidentales en el I Ching fue el misionero y sinólogo alemán Richard Wilhelm, quien publicó una versión del libro en 1923. Una nueva versión, publicada en 1948, llevaba un prólogo del psiquiatra suizo Carl Jung, autor de la teoría del inconsciente colectivo.
La versión de Wilhelm presenta el libro en tres grandes secciones, con los textos más antiguos en la primera y reservando la segunda y la tercera para Las diez alas o comentarios de la escuela confuciana. Esta traducción alemana fue a su vez traducida en 1949 al inglés y en 1950 al italiano.
Al margen de las numerosas leyendas que existen en torno al origen del I Ching, los únicos datos fiables, lo sitúan hacia el siglo XI a. C., cuando el rey Wen, desarrolló un sistema de ideas basado en 64 hexagramas, al que llamó I, que se traduce por lagarto y también por fácil, y que simboliza la rapidez y la facilidad en el cambio.
Tras la muerte del rey Wen, su hijo el duque de Zhou continuó el desarrollo del sistema de ideas elaborado por su padre, e introdujo el concepto de relación entre los opuestos y de «acción y reacción», definiendo las 6 líneas de cada uno de los hexagramas.
Por tanto, no es hasta el siglo VIII a. C. cuando definitivamente surge el Chou Í o Los cambios de Chou, libro compuesto por los 64 hexagramas y sus correspondientes líneas.
A partir de este momento, el Chouí comienza a ser cada vez más conocido y su uso se extiende tanto con fines adivinatorios, como éticos y filosóficos.
Posteriormente, en torno al siglo VI a. C. surgen dos de las principales corrientes de pensamiento de la cultura china, representadas por:
Lao Tse, autor del Tao Te King, principal texto de la filosofía taoísta, y
Confucio, que proponía la ética y la moral como las vías más eficaces para alcanzar el bienestar humano y social.
Entre los siglos V y III a. C., el confucianismo comienza a extenderse a todos los niveles sociales y se establecen numerosas escuelas de seguidores de sus ideas.
Durante los siglos III y II a. C., algunos miembros de las escuelas de Confucio, escribieron una serie de textos, tratados o apéndices que se conocen como Las Diez Alas, y que contienen aportaciones sobre la interpretación de los hexagramas del rey Wen, de las líneas del duque de Chou, de la simbología y las imágenes, del concepto del cambio, de los trigramas, de la secuencia de los hexagramas y de su asociación por pares.
Finalmente, al unir el Chou Í (‘los cambios de Chou’) junto con los textos o tratados que forman Las Diez Alas, es cuando surge el I Ching (o ‘libro de los cambios’) tal y como lo conocemos en la actualidad.
Fundamento
La filosofía del I Ching supone un universo regido por el principio del cambio y la relación dialéctica entre los opuestos. Nunca presenta una situación en la que no esté incluido el principio contrario al rector del signo, que conducirá a un nuevo estado. Los cambios se suceden de manera cíclica, como las estaciones del año, lo cual muestra claramente el concepto taoísta del yin y yang.
En su aspecto cosmogónico, el I Ching describe un universo en el que la energía creadora proviene del cielo, en tanto la tierra es receptora y fecundadora de esa energía primaria.
En cierto modo el I Ching considera el cambio como la única realidad existente, el ser. En Occidente se identifica el ser con aquello que mantiene unidas la forma (principio inmaterial) y la materia (principio material) y le da la virtud formal a la forma. Para el I Ching, la materia es sólo una manifestación pasajera de un principio más profundo.
Los comentarios de Zhou y principalmente los de la escuela confuciana añaden un principio moral que debe presidir la conducta del sujeto que aspire a ser «noble». Esta filosofía moral se inspira en la naturaleza y las formas en que ésta procede, de manera que las figuras del I Ching encuentran su correlato en la vida política y se comportan como metáforas de la conducta correcta.
En el I Ching se advierte un sistema de numeración binario, a la vez geométrico y aritmético, en el que una línea continua es a la vez todos los números impares, y una quebrada, los pares. Los trazos de los hexagramas se construyen de abajo hacia arriba, al contrario de la escritura china posterior, que se construye de arriba a abajo.
Usos
Experimentar el I Ching es intentar comprender cómo se generan y se producen los cambios en nuestras circunstancias y en nosotros mismos. Este milenario tratado de leyes universales, cuyo origen se remonta a más de 3000 años de antigüedad, nos indica la dirección natural o de menor resistencia al cambio que presenta la situación en la que nos encontramos.
La posibilidad de descubrir y desenmascarar las contradicciones que se esconden tras las apariencias y llegar a comprender los cambios que se producen en nuestra vida, es principalmente lo que nos ofrece el I Ching a través de la estructura de ideas representadas en los diferentes símbolos y hexagramas y de las relaciones que se establecen entre las mismas.
Si consiguiésemos comprender de antemano las posibles consecuencias de una determinada idea, palabra, hecho o actitud, algunos podrían creer que están adivinando el futuro, aunque realmente, se trataría de una simple previsión, resultado de la comprensión de la relación que existe entre los acontecimientos.
sábado, 14 de agosto de 2010
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