La Luna en la carta natal es un polo energético fundamental que simboliza el origen psicológico personal, asunto muy importante en la vida humana, si consideramos a la psiquis en un sentido junguiano, como “la vida misma”.
En realidad, es el único de todos los planetas del zodíaco (para simplificar, a todos los llamaremos planetas aunque estrictamente el Sol y la Luna no lo sean) que sólo es importante en la Tierra, pues si viviéramos en Marte o Júpiter no tendría ninguna importancia. En nuestra psiquis, sin embargo, es al menos tan importante como su contrapartida yang, el Sol, al ser su polo frío, nocturno, yin, como la gran madre de todos los planetas.
Esto es muy evidente al observar los eclipses de Sol, en los que el proporcionalmente minúsculo disco lunar oculta totalmente el majestuoso cuerpo solar, siendo capaz de dejar por algunos minutos a la Tierra a oscuras. Millones de kilómetros de distancia y millones de unidades de diferencia de tamaño producen, vistos desde la Tierra, una imagen de diámetro exacto; esto no podría haber sucedido al azar. En cuanto a sus significados, la Luna es opuesta y complementaria del Sol en cuanto ella es lo inconsciente, lo instintivo, lo receptivo, lo frío y lo oscuro.
En su nivel más básico, la Luna habla del entorno al nacer, de la actitud instintiva primordial que el recién nacido tuvo que adoptar para obtener todo lo necesario a su sobrevivencia: alimento, afecto, estímulo, protección. De esto se deduce la premisa inicial de que - dado que alguien tiene tal o cual Luna - escoge determinados padres que brindarán determinadas condiciones infantiles, determinada cualidad afectiva dominante en la familia, para imprimir la energía psicológica básica que constituirá su visión inicial de la vida.
De esta premisa inicial obtenemos la idea de que aquello que nos tocó vivir en la primera infancia era un aprendizaje necesario con el que teníamos algún grado de complicidad previo para obtener una “identidad lunar” que, desde nuestro enfoque de la astrología, era consecuencia de alguna encarnación anterior. La posición y relaciones de la Luna en la carta natal nos revelarán hasta qué punto tales aprendizajes infantiles fueron duros o complacientes para la consciencia del niño.
Pero tras las condiciones del entorno natal, la Luna aporta una matriz, una trama energética que constituye la energía “madre” para la persona, y que es la que “desencadena”, por así decir, esa determinada respuesta al entorno. La Luna no es la madre biológica, como muchas veces se suele creer, sino la energía más familiar para la persona, que puede ser transmitida a través de la madre o no. En general sucede que es así (revelando la relación de la madre con ese niño, y no el cómo es la madre en sí misma), porque la Luna encierra y protege, aísla, es la intimidad total con la madre, y si no logramos romper esta intimidad total, no podremos vivir el resto de la carta (el Sol, el Ascendente, etc.) más que en un nivel muy basal y automático, porque el encierro hace parecer que todas las demás energías o experiencias posibles son “extrañas-a-mí”.
El tema de la Luna es primordial porque determina en gran medida nuestras respuestas automáticas; en efecto, al nacer no hay consciente, somos todo Luna, todo instintividad, la identidad separada no se ha desarrollado, y aún durante el primer período, la fusión con la madre es total. No hay límites definidos, no se experimenta la sensación de yo independiente, tal como bajo la luz unificadora del astro nocturno todo se acomoda, desdibuja, acepta, funde y combina. En la noche de fiesta todos somos iguales, personajes fantasmagóricos, receptivos, fantásticos y encantadores; para la Gran Madre todos somos sus hijos queridos, ella no hace distingos y su luminosidad plateada, a diferencia de la solar, liga cosas dispares, perdona asimetrías, diluye diferencias.
Así, toda experiencia del primer período de vida – e incluso las de la vida intrauterina - queda profundamente grabada en la psiquis de la criatura: en toda la psiquis no hay otra cosa. De este modo, experiencias que para un adulto pueden parecer intrascendentes: como que la madre pasó el embarazo con náuseas, o que al nacer la guagua se golpeó con la camilla, o se sentía un perro ladrando furioso a lo lejos, o pasó varias hora con frío sin ser socorrido, pueden imprimir en la delicada criatura la impresión de que llega a un mundo hostil, donde hay que defenderse, o esconderse, o tratar de pasar inadvertido, o atacar antes de ser atacado, etc. Obviamente, todos los recién nacidos son igualmente vulnerables a esas vivencias.
Entonces, lo marcado a fuego en la Luna natal es cuánto le afecta, positiva o negativamente, el entorno, o la sensación básica de “cómo es el mundo al que llegué”, que, desde luego, en ocasiones puede ser bastante más traumático que unas horas con el pañal mojado. Y en gran medida es lo que hay que superar a lo largo de la vida para tener una visión menos parcial, subjetiva y reactiva de la realidad, pues a través de las primeras impresiones lunares se establecen respuestas instantáneas, que se pueden mantener, incluso por toda la vida, frente a situaciones que parezcan semejantes a aquella primera.
En verdad, nunca lo serán, pero esto nos impide actuar con flexibilidad, discriminación, adaptación y libre fluidez de acuerdo a cada circunstancia presente.
Tanto la psicoterapia habitual como los cursos de crecimiento personal - para que obtengan resultados estables, producto de una verdadera integración de la personalidad - se dirigen en primera instancia, lo sepan o no, a superar las reacciones instintivas lunares: temores, fobias, inseguridades, miedos, irritabilidad, suspicacia, agresividad, etc. Después podrá comenzar un crecimiento real.
La Luna nos habla del sitio donde está instalado nuestro sistema emocional básico, o dicho en otras palabras, de qué modo obtenemos seguridad emocional, de qué forma nos sentimos bien, protegidos, adónde está nuestro lugar de pertenencia interior, nuestro refugio, nuestra intimidad, ese lugar donde puedo ser exactamente yo sin que nadie me pregunte nada porque ahí soy conocido, ahí me entienden, ahí me siento bien conmigo mismo, aunque sea un lugar de lucha (como sería por ejemplo una Luna en Aries), de combate o de defensa, no importa, pero es lo mío, mi lugar.
La Luna en estado basal es aquella forma en la que reacciono cuando me siento amenazado o inseguro, y a la que recurro para obtener seguridad. Si no lo logro, seguramente va a haber reacciones viscerales como sudoración, dolor epigástrico, náuseas, temblores, ahogos, etc. pues, orgánicamente considerado, las reacciones lunares, al estar relacionadas con el instinto de sobrevivencia al nacer (y por lo tanto con el miedo de perecer), son respuestas automáticas que dependen en gran medida del sistema nervioso autónomo o involuntario, que controla asimismo las reacciones de supervivencia biológica.
Aquí se puede apreciar claramente la polaridad Sol-Luna, y así como el Sol es lo luminoso, lo que veo, mi voluntad, la Luna es la no-voluntad, lo que me arrastra como a las mareas, lo que no está bajo mi control consciente.
La cualidad basal de la Luna establece una identidad inicial instintiva que naturalmente tiende a rechazar todo lo que no esté de acuerdo con esa identidad, ya que, en principio, funciona como un mecanismo de seguridad, y al rechazar lo extraño se fortalece y autoperpetúa, evitando de paso que se expresen otras áreas de la carta. La Luna, por lo tanto, no puede crecer en sí misma, pues como mira hacia el pasado, hacia el resguardar y conservar lo que ya fue, sólo tiende a repetir esas mismas experiencias, que aunque sean dolorosas, son conocidas, y por lo tanto brindan una sensación de seguridad, aunque sea ilusoria.
Esto, cuando consideramos a la Luna como mecanismo de sobrevivencia, pero tras él se esconde lo que es la verdadera cualidad de la Luna, su trama energética que, cuando deja de utilizarse como refugio, pasa a constituirse en pertenencia, en capacidad efectiva y de contacto con el entorno, la vida y los demás.
Mientras la Luna no supere el nivel de mecanismo de defensa, no hay siquiera capacidad para comprender mensajes afectivos diferentes de los de su reaccionar, y todo se interpreta en esos términos; cualquier otra energía (cualquier otra parte de su carta) le parecerá extraña, amenazante, sentirá que debe combatirla para seguir aferrado a su energía-madre-conocida que le permitió sobrevivir, y que se mantiene en forma autónoma, en un fragmento casi exclusivamente biológico de la consciencia. Incluso cuando las personas logran superar la respuesta lunar automática, e integrarla, pueden tener recaídas toda vez que las circunstancias exteriores le parezcan insoportables, cuando están bajo presión extrema, en enfermedades, durante crisis o al sentirse de cualquier modo sobrepasados por las circunstancias. Entonces, el instinto lleva a buscar nuevamente la “fusión con mamá”, con la energía en la que se tiene la ilusión de estar protegido.
En el inconsciente persiste siempre la impronta de esa matriz imaginaria de seguridad, a la que se regresa sólo por inercia porque ya no sirve de salvación - el huevo ya se rompió - pero que se volverá a activar frente a las circunstancias extremas.
Hasta aquí pareciera que la Luna es más bien una molestia, un resabio primitivo que superar. Se puede apreciar con claridad que, desde cualquier ángulo que se mire, la Luna no-es-yo. Es el mensaje que permea mi inconsciente y que es gatillado como reacción instintiva frente a un mundo que en sus inicios me pareció de determinada manera. Este es el trabajo de la humanidad: pasar de lo lunar a lo solar, de lo oscuro a lo luminoso, de lo irreal a lo real, de lo que muere (la forma) a lo que permanece (la esencia), traspasar el plano astral de ilusión. Y ese trabajo se realiza en la consciencia individual de los habitantes, en la humanidad, para pasar de la reacción a la comprensión, de la respuesta automática al darse cuenta, y de ahí a la capacidad voluntaria – solar - de hacer.
Por eso la Luna es necesaria como símbolo, y porque aún aquí en la Tierra, desde el punto de vista de la astrología, una Luna trabajada permite una enorme expansión de consciencia: ella es el espejo ignorado del Sí mismo; ella ni siquiera tiene luz propia, tiene la que él le presta, y él se la presta para verse.
Hay que considerar que la Luna representa a la materia, aquello que es de donde surge el mundo visible que percibimos, que según todas las tradiciones místicas es maya, mundo de ilusión. Pero es en esta materia que se encarna el espíritu, el fuego del Sol, y gracias a ella toma una forma definida, que es sólo temporal. Del apego a todo lo que tiene forma, color, sabor, textura, es decir, de todo aquello que aporta temporalmente la Luna al espíritu, surge el miedo, porque el miedo es inherente a la materia, no al espíritu. Y la materia, como es principalmente la forma, siente que de la pérdida de la forma sólo puede haber muerte, desaparición, aniquilación, porque la materia no sabe de espíritu; como es justamente la parte más densa del espíritu, es la menos consciente de él.
Por eso se apega al mundo de los sentidos, y la Luna es la madre de nuestro apego al mundo sensible, y al miedo de perderlo, y por lo tanto de morir, de dejar de ser. De este miedo primordial de dejar de ser – o dicho de otro modo, del instinto de supervivencia - provienen una serie de otros miedos subsidiarios, propios de nuestro ser material. Entonces, cuando decimos que nuestra misión en cada vida es hacer crecer al Sol, que es nuestra consciencia, centro de nuestra identidad, de nuestra voluntad, semilla total de todo nuestro potencial y capitalizador de nuestros progresos, quien porta la totalidad de nuestro ADN evolutivo de vida en vida, superando la reactividad lunar, en realidad estamos diciendo cosas muy profundas. Significa hacer crecer el ser espiritual en nosotros a expensas de nuestro ser material, y tomar consciencia de que la forma siempre morirá porque pertenece al ámbito de lo perecedero, pero que a nivel sutil la muerte no existe, pues los procesos son permanentes: el árbol caduco bota la hoja todos los años, pero nunca es la misma hoja; el río permanece, pero nunca es el mismo río. La Luna cumple un ciclo cada 28 días, el Sol es permanente.
Al crecer el Sol, al aumentar lo consciente en nosotros, las reacciones defensivas se vuelven innecesarias, pues nos volvemos más completos, nos vemos más cerca de la totalidad que somos (sólo temporalmente material), nos vemos semejantes a los otros. Al vernos más completos podemos apreciar también a los otros más completos y establecer con ellos relaciones de participación, de interacción, de intercambio, de enriquecimiento mutuo y no de necesidad, con mucha mayor objetividad que ese niño que tenía que reaccionar así o asá para sobrevivir. Es entonces cuando la Luna puede llegar a dar su mejor potencial: desde ser una criatura necesitada de tales o cuales cosas para sobrevivir - un permanente hijo o niño pequeño demandante - puede desarrollar verdaderas cualidades maternas para con los demás, ser capaz de proveer aquello que las otras criaturas requieren para su crecimiento y desarrollo.
El estilo de este proveer depende de la posición y relaciones que tiene la Luna en la carta, pues aquello que usó como mecanismo para sobrevivir, al integrarse se transforma en un talento para nutrir, proteger o cuidar a otros. Este es el corolario de la Luna en una trayectoria ideal de crecimiento, y esperamos que haya sido suficientemente claro. La Luna, en su mejor forma, es espejo del Sol, en cuyo caso ella puede terminar siendo un instrumento de éste, el polo yin real del Sol, para actuar en el mundo en forma integrada, es decir, según la voluntad solar pero en forma lunar, acogedora y nutriente. En ese momento tendremos una Luna que, desde un mundo ilusorio ha pasado a tener un rol concreto y práctico, equivalente al de la misma Tierra para promover y proteger la vida que el Sol da. Como si fuera el “brazo materno” del astro solar.
Esto implica, desde luego, una enorme transformación energética, una alquimia del 100% de lo lunar, lo que implica un enorme refinamiento, un tránsito desde una Luna meramente reactiva a una Luna discerniente, gobernada por “alguien”.
“Alguien”, es aquí el yo observante. La observación de sí constante que, como resultado, aumenta la consciencia de sí o lo solar en nosotros, al permitirnos superar las reacciones automáticas - como las emociones negativas - termina por constituir un yo permanente, o al menos un yo observante relativamente estable. Este es un proceso que conocemos y que es paulatino, con recaídas, siempre más lento de lo que quisiéramos pues, en verdad, se trata de una transformación energética que no es fácil, un paso de seres biológicos sensitivos a seres autoconscientes. Pero lo biológico es fuerte, pesa, y arrastra.
Para superar el automatismo hay que tener voluntad, voluntad que se logra superando el automatismo, lo que se presenta como un círculo vicioso casi imposible de romper. Pero el espíritu preexiste, de lo implicado nace todo lo aparente, y lo manifestado constituye por sí sólo un núcleo, un centro magnético que nos llama constantemente hacia su centro, lo escuchemos o no, y de la no aceptación de la misión de ser plenos emana toda nuestra desdicha.
Así, cualquier atisbo de autoconciencia solar aplicada al automatismo lunar produce en ésta un darse cuenta , que es el techo de la evolución lunar. Ella no puede llegar más allá –energéticamente - porque sólo opera en el mundo de la forma, en la vida encarnada.
Recordamos en este instante un antiguo precepto: “lo superior se une a lo inferior produciendo lo intermedio”.
lunes, 26 de julio de 2010
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TE AGRADECERIA ME DIJERAS CUAL ES TU OPINION SOBRE LO ACABAS DE LEER ?
Y POR FAVOR, DEJA TU HUELLA ANTES DE RETIRARTE, NO PIERDAS EL CAMINO DE REGRESO, QUE LA LUZ UNIVERSAL TE ACOMPAÑE.